Los espárragos de Manet

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“Charles le compró a Manet una de sus extraordinarias naturalezas muertas, unos espárragos que irradian en la penumbra un resplandor rosa o alimonado. Es un manojo de unos veinte. Manet pidió ochocientos francos por la obra, una suma considerable, y Charles, ilusionado, le envió mil. Una semana después, Charles recibió una tela pequeña firmada con una sencilla M. Era un solo espárrago, en primer plano, sobre una mesa, y lo acompañaba una nota: ‘Parece que éste se soltó del manojo’.” La página ochenta y ocho de La liebre con ojos de ámbar me entretiene con esta plácida anécdota; cuando llego a la ciento noventa, de Waal escribe sobre su entonces todavía joven bisabuela Emmy y los periódicos: “Hoy lee la parte inferior del Die Neue Freie Presse, el folletín diario. / Por encima de la raya divisoria está la información […]. Debajo viene el folletín. Cada día hay un ensayo de frase cautivante y sonora. Puede ser sobre una ópera o una opereta, o sobre un edificio en particular que está a punto de ser demolido. Puede ser un arcón de recuerdos sobre personajes típicos de la Viena de antaño. Frau Sopherl, la vendedora de fruta del Nachsmarkt; Herr Adabei, el chismoso, comparsa de una ciudad Potemkin. Allí está todos los días, suave y narcicista, enlazando una oración en filigrana con otra, con adjetivos dulces como pasteles de Demel. Herzl, que había empezado escribiendo ese género, dijo que el folletinista se había ‘enamorado de su propio espíritu’, y por eso había perdido ‘cualquier patrón para juzgar a los otros’. Y un ve cómo sucede. Qué perfectos son: los riffs de humor, la mirada somera sobre Viena, el atisbo. En palabras de Walter Benjamin, ‘modos de inyectar experiencia—por vía intravenosa, por así decir—con el veneno de la sensación… El folletinista hace de esto un relato. Vuelve la ciudad extraña a sus habitantes’. En Viena, el folletinista devuelve la ciudad a sí misma como perfecta ficción nacionalista”, y, como ya me ha sucedido antes, tengo un inesperado sobresalto, el desagradable escozor de la recidiva, y pienso en el relato que han escrito, durante más de veinte años, sobre Cataluña, peligroso folletín sin esprit. Esa ausencia de raya divisoria en los periódicos. “Miles de catalanes están empeñados en convertir cada Diada en la mayor movilización democrática de la historia de Catalunya, quizás de Europa, y ayer lo hicieron por cuarto año consecutivo. Una demostración meridiana y constante en el tiempo de una voluntad inequívoca de avanzar hacia la independencia. Un colorido mosaico humano de más de cinco kilómetros, tantos como una carrera de fondo hacia el 27­S, recorrió la avenida Meridiana, entre Sant Andreu y el parque de la Ciutadella. “Venim del nord, venim del sud, de terra endins, de mar enllà…”, rumba catalana y Els Segadors…” La Vanguardia, sábado, 12 de septiembre de 2015.